La sal de la vida by G. K. Chesterton

La sal de la vida by G. K. Chesterton

autor:G. K. Chesterton [Chesterton, G. K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1964-01-01T00:00:00+00:00


EL CAMPAMENTO Y LA CATEDRAL

Siempre resulta un problema saber hasta dónde el aficionado puede aventurarse simplemente a insinuar que el especialista se equivoca. Por otro lado, es cierto que aquel que más sabe de algo muchas veces es el mismo que se equivoca de todas todas. Muchas veces se equivoca en cuanto al hecho, y muchísimas más en cuanto al espíritu. Por otro lado, el hecho de que el especialista haya perdido la humildad no es motivo para que el ignorante pierda también ese don tan sano y regocijante. Resumiendo, creo que la prueba de la cuestión está en el tamaño y la simplicidad del error. Depende de si el especialista no ve algo por demasiado pequeño, o por demasiado grande. Yo no puedo señalarle al especialista nada recóndito, porque él sabe mucho más que yo de esos detalles oscuros. Pero a veces puedo señalarle algo evidente, porque ésas son las cosas que el especialista no ve aunque las tenga delante de las narices.

La única afición que he cultivado siquiera así, de manera tentativa, es la Historia; y a la Historia justamente le aplicaría la prueba. Me refiero a la prueba de si la verdad no se ve porque es pequeña y está escondida, o porque es grande y evidente. Cobbett[43], por ejemplo, fue un historiador aficionado de este estilo, aunque mucho menos amateur que yo. Y cuando acertaba, como creo que hacía generalmente, era porque tenía vista para las cosas grandes y evidentes. Dominaba el paisaje como a vista de pájaro, y comprendía el terreno. Así que su deducción más amplia se debió simplemente a los grandes templos de Inglaterra, y sobre todo al hecho mismo de su tamaño. Era un hecho que llenaba el cielo; una cosa cuya sombra, al atardecer, dominaba el paisaje. Pero parece que jamás se le había ocurrido a nadie, antes que a Cobbett, preguntar si era posible que un pequeño remanente de salvajes ignorantes hubiera erigido una especie de torre sagrada de Babel hacia las estrellas, en casi todas las aldeas de Inglaterra.

El oscurantismo de la Reforma, y los racionalistas que fueron sus herederos, fueron pues algo único. Nadie, ni antes ni después, ha tenido a los demás a oscuras como aquellos que apagaron todos los cirios en el siglo XVI. En esto, por ejemplo, la reacción anticatólica del XVI fue muy distinta al primer movimiento católico de los siglos IV o V. Los primitivos cristianos sentían un gran horror moral hacia la última fase de la gran civilización romana; pero nunca pretendieron defender que no fuese una gran civilización, ni que no fuese romana. Su horror moral estaba justificado en la mayoría de los casos; en algunos, considerablemente exagerado. Pero en sus más descabelladas exageraciones fanáticas, jamás hablaron como si los paganos no hubieran construido puentes ni escrito poesía. No dijeron que la arquitectura clásica fuese arquitectura vándala, como si la hubieron construido los mismos bárbaros que la destruyeron. Pero ese término habría sido tan válido como el de «gótico», que seguimos acostumbrando a utilizar.



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